“Los periodistas no deberíamos desviarnos hacia el activismo sino preservar nuestra autonomía para fiscalizar al poder”
La vida de Carlos F. Chamorro cambió para siempre en 1978 cuando la dictadura de Anastasio Somoza asesinó a su padre, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, director del diario La Prensa y luchador por las libertades en su país.
Carlos abandonó sus estudios de economía para dedicarse al periodismo y a la política: empezó a escribir en el diario La Prensa y se enroló a la vez en el Frente Sandinista, que tomó el poder en Nicaragua en julio de 1979 y lo abandonó después de perder las elecciones en abril de 1990. “Yo llegué al periodismo por un impulso político. Veía el periodismo como un instrumento de cambio en un momento de crisis de una dictadura”, dice hoy.
Chamorro dirigió el diario Barricada, que durante décadas fue propiedad del Frente Sandinista. Allí se enfrentó en los años 90 al reto de hacer un periodismo al servicio de los lectores y no de los propietarios. Despedido en 1994 por publicar informaciones incómodas, lanzó el programa televisivo Esta semana en 1995 y al año siguiente fundó Confidencial, que fue primero una revista y que es ahora un diario digital con boletines en inglés y en español.
Hoy Chamorro ejerce el periodismo desde Costa Rica, donde se vio obligado a exiliarse en 2021 junto a muchos otros periodistas por la presión del régimen de Daniel Ortega, que ha perseguido y encarcelado a cientos de opositores y periodistas desde su retorno al poder en 2007. A mediados de febrero, el régimen despojó a Chamorro también de la nacionalidad nicaragüense junto a intelectuales y activistas como Dora María Téllez, Sergio Ramírez o Gioconda Belli.
Carlos F. Chamorro (Managua, 1956) pronunciará el lunes 6 de marzo la Reuters Memorial Lecture, el evento más importante que organiza cada año el Instituto Reuters. Hace unos días hablé con él de su trayectoria, del ejercicio del periodismo en el exilio y de la libertad de expresión en la región. Si quieres seguir el evento online, puedes hacerlo en la página de nuestra Memorial Lecture.
P. A finales de los años 70, usted se enroló a la vez en el periodismo y en la política ¿Por qué?
R. Yo veía el periodismo como un instrumento de cambio en un momento de crisis de una dictadura. Pero aquello era una contradicción permanente y el periodismo siempre salía perdiendo frente al imperativo de la política, y más aún en medio de una guerra de agresión externa que imponía una serie de restricciones al ejercicio de las libertades. Entonces hubo censura previa en Nicaragua y también autocensura. Nosotros intentábamos hacer periodismo en Barricada. Pero ese intento estaba subordinado a un imperativo político y a menudo perdíamos.
La vocación periodística de contar historias la adquirí después, cuando de nuevo me enfrenté a ese dilema entre la política y el periodismo. Entonces dije: “No, yo no quiero hacer una carrera política. Yo lo que quiero es hacer periodismo”.
P. ¿Cuándo se enfrentó a ese dilema?
R. Ocurrió en 1990, cuando se produjo otro cambio trascendental en Nicaragua. El Frente Sandinista perdió las elecciones y mi madre, Violeta Barrios de Chamorro, inició una transición democrática en la cual el periódico que yo dirigía entonces, Barricada, que era el periódico del Frente Sandinista, aspiró a convertirse en un periódico profesional al servicio de sus lectores y no del partido que lo había creado.
Tres o cuatro años después, el partido terminó expulsándome a mí y a los periodistas bajo el alegato de que habíamos tomado el periódico. Entonces decidí crear mis propios medios.
P. A partir de 1990, Nicaragua vivió una especie de edad dorada de la libertad de expresión. ¿Cómo recuerda aquellos años?
R. Hay que otorgarle un mérito a mi madre, que hizo de la libertad de expresión una política de Estado. Fue una presidenta no solamente tolerante sino también convencida de que era imprescindible esa libertad. Se desgajó la propaganda del ejercicio del periodismo y se crearon nuevos medios que competían entre sí para fiscalizar el poder. Aquel Gobierno tan tolerante fue también uno de los más fiscalizados por esa prensa que estaba ejerciendo esa libertad.
P. ¿Cómo se desvaneció en Nicaragua esa edad dorada de la libertad de prensa?
R. Esa época abarcó 16 años y los gobiernos de Barrios de Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños. En esos años florecieron la prensa libre y la sociedad civil, sin cuya fuerza la prensa no habría sido tan fuerte. Nosotros creímos erróneamente que aquello era irreversible. Pero todo cambió cuando Daniel Ortega volvió al poder en 2007. Hubo muchas promesas de que no habría censura, pero aquello no duró.
Para mí la señal más clara se dio cuando nosotros destapamos el escándalo Extorsión en Tola, el primer gran caso de corrupción relacionado con el régimen de Ortega: una historia de tráfico de influencias sobre políticos que ofrecían resolver problemas judiciales a unos empresarios a cambio de millones de dólares. El escándalo fue tremendo. Ortega no ordenó una investigación sobre el escándalo sino sobre las fuentes de nuestra información y llegó a acusarnos de narcotráfico. Para mí esa fue la señal.
Luego vinieron un fraude electoral y un proceso gradual de desmontaje del Estado de Derecho. Entre 2007 y 2017 se toleró la existencia de una prensa crítica porque el régimen no se sentía amenazado. Pero todo colapsó con las protestas en abril de 2018.
P. Una diferencia clave entre esa represión y la que sufrió su padre en los años 70 es la presencia de internet como una herramienta de libertad. ¿En qué medida ha ayudado este factor al periodismo en Nicaragua?
R. En Nicaragua siempre tuvieron mucho peso la radio y los diarios impresos. Pero entre 2007 y 2017 la televisión fue el medio predominante y también el que más intentó controlar el régimen. En 2010, por ejemplo, el Gobierno compró con dinero venezolano un canal privado en el que yo tenía un programa que me vi obligado a abandonar.
Luego creó un emporio de canales de televisión, estaciones de radio y portales de internet. Y al estallar la rebelión de abril de 2018, lo primero que hacen, aparte de las agresiones físicas contra periodistas y del asesinato del periodista Ángel Gaona, es imponer la censura televisiva.
Durante esos meses, sin los teléfonos celulares y la conexión a internet habría sido imposible cubrir un estallido social y político de esa dimensión. Nosotros seleccionamos y verificamos lo que veíamos en redes sociales para procesar las imágenes de la represión y la resistencia. Cuando a mí me sacaron de la televisión abierta y del sistema de cable, nosotros seguimos emitiendo a través de YouTube en un canal que hoy tiene más de 400.000 suscriptores.
Las redes sociales fueron imprescindibles para vencer la censura, pero gradualmente también se convirtieron en un espacio de polarización y desinformación.
P. Es un fenómeno que hemos visto en lugares tan distintos como Estados Unidos, Brasil o Filipinas. ¿Esto lo han vivido en Nicaragua también?
R. Las redes siempre han sido un espacio en disputa. Pero en Nicaragua yo diría que el régimen ha estado siempre en desventaja en esa disputa. El Gobierno ha recurrido a granjas de trolls y a sus propias plataformas de desinformación, pero hay una mayoría nacional que repudia la represión.
Ortega no es Nayib Bukele, [el presidente de El Salvador célebre por su dominio del relato en las redes sociales]. Ni él ni su vicepresidenta Rosario Murillo tienen una cuenta de Twitter. El proceso en Nicaragua ha sido criminalizar las libertades asaltando a medios. Ocurrió con Confidencial y 100% Noticias en diciembre de 2018. Llegó la policía, se robó todos los equipos y al día siguiente ocupó la redacción. Un año después, ocurrió lo mismo con el diario La Prensa.
Luego establecieron la llamada Ley Especial de Ciberdelitos, que define el delito de noticias falsas para quienes difundan información que provoque zozobra, daño moral o inestabilidad. Es un delito penado con hasta cuatro años de cárcel. Más de 30 personas han sido condenadas con esa ley, incluyendo varios sacerdotes y el obispo Rolando Álvarez, que hoy sigue en la cárcel. Pero nunca ha habido un proceso judicial en el que se indique qué tipo de noticias falsas ha divulgado la persona acusada. Hay un caso de un campesino que fue condenado por esa ley y que ni siquiera tenía redes sociales. Se las inventaron después.
P. ¿Cómo se puede ejercer el periodismo en ese entorno tan difícil?
R. Hacer periodismo hoy en Nicaragua desde el exilio, donde nos encontramos prácticamente todos los periodistas, requiere dos requisitos fundamentales: proteger a los periodistas y proteger a las fuentes, a las que no podemos atribuir ninguna información. Hay una criminalización del acceso a las fuentes independientes. Estoy hablando de abogados, economistas, juristas, expertos en salud, sacerdotes. Cualquier persona que brinda una información de cualquier tipo puede ser objeto de represalia.
P. Usted lleva dos años fuera de Nicaragua. ¿Cómo logra saber lo que ocurre en el país?
R. En primer lugar, hay que aplicar un proceso de doble y triple verificación de la información. Cuando las fuentes son anónimas, hay personas que abusan del anonimato para dar opiniones y no hechos probados. Nuestros estándares deben ser aún más altos.
En segundo lugar, debemos hacer un esfuerzo por cultivar fuentes que nos puedan contar lo que está pasando dentro del régimen, del impacto que tienen sus propias medidas represivas en la policía, el sistema penitenciario o el sistema judicial. Nosotros no podemos decir que lo sabemos todo. Pero sí tenemos unas pocas fuentes que han sido decisivas para poder brindar información confiable que nos permite seguir investigando la corrupción y las violaciones de derechos humanos, y seguir contando historias de resistencia.
El periodismo en el exilio tiene un riesgo y es sumergirse en la burbuja del exilio. Nosotros contamos historias del exilio. Pero nuestro objetivo primordial es contar la crisis de Nicaragua desde dentro.
P. En este contexto, ¿cómo es su relación con otros medios nicaragüenses?
R. Desde que estalló la rebelión de abril de 2018, se produjo un proceso de convergencia, colaboración y se creó un Foro de la Prensa Independiente. Esta colaboración incluye la protección física y la difusión de contenido cuando algunos medios están bajo censura o quieren ampliar el alcance y la resonancia de su información. Por supuesto, cada medio quiere preservar su propio estilo y su propia identidad. Pero en términos generales sí hemos hecho un periodismo más colaborativo y hemos trabajado con otros medios para investigar asuntos transfronterizos.
P. En sus memorias, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez dice que los países de Centroamérica son vasos comunicantes: lo que ocurre en un país influye en los demás. En ese sentido estamos viendo cierto autoritarismo en países como El Salvador o Guatemala. ¿Está amenazada la libertad de prensa en esos países?
R. En primer lugar, querría resaltar la fortaleza de las instituciones democráticas de Costa Rica, que ha sido un refugio de acogida de perseguidos políticos y también de periodistas. Mi padre estuvo exiliado en Costa Rica de 1957 a 1959 y cuando yo llegué en mi primer exilio en 2019, encontré una gran solidaridad de medios de comunicación como Teletica, Canal 7 o La Nación. Varias radios nos abrieron las puertas para que nosotros pudiéramos hacer periodismo desde acá.
En segundo lugar, creo que Nicaragua hoy es un espejo para el resto de Centroamérica, sobre todo para los colegas de El Salvador, Guatemala y Honduras. Nicaragua es un país donde ya colapsó el Estado de Derecho. En Guatemala y en El Salvador hay un Estado de Derecho restringido y defectuoso, pero ese estado aún existe. Por eso no se puede hablar de un periodismo en un contexto de emergencia como el de Guatemala o El Salvador sino de un periodismo en el exilio. El exilio para nosotros no es una condición temporal sino una condición permanente.
Ningún otro país de Centroamérica está pasando todavía por esa etapa. Pero intercambiamos experiencias con los colegas de medios como Contracorriente en Honduras, El Faro en El Salvador o Contrapoder y El Periódico de Guatemala, cuyo director José Rubén Zamora está preso desde hace meses.
Quiero subrayar que la supervivencia del periodismo en regímenes autoritarios en primer lugar depende de nosotros. Cuando colapsa el Estado de Derecho, todo depende sólo de la calidad de nuestro trabajo y de nuestra credibilidad.
P. ¿Cuál diría que es el horizonte para el periodismo libre en Nicaragua? ¿Qué puede aportar a la lucha por la democracia?
R. El horizonte es de una incertidumbre total. El régimen nos ha despojado a periodistas y activistas de nuestra nacionalidad. Ya fuimos confiscados, pero ahora dicen que van a confiscarnos otros bienes. Lo que el régimen nunca ha podido hacer es confiscar el periodismo.
Los periodistas no podemos ni predecir ni liderar. Nuestro rol debe ser siempre preservar la autonomía del periodismo para fiscalizar el poder. Nosotros no podemos desviarnos hacia el activismo sino mantenernos anclados en hacer periodismo de calidad. Ése es nuestro principal desafío.
Hasta hoy todavía se puede hacer periodismo aun con enormes dificultades. En la medida en que la prensa preserve su credibilidad, preservaremos la última frontera de las libertades. En un país como Nicaragua, donde no hay libertad de reunión ni de movilización ni de religión, la prensa sigue informando con la ayuda de internet y de las redes sociales, y con el compromiso de los periodistas de no aceptar ni la censura ni la autocensura.
Si quieres seguir el evento online, puedes hacerlo en la página de nuestra Memorial Lecture.